La puerta del cielo

Me gusta mirar la luna llena, me gusta pensar que Julie desde algún lugar de ahí arriba me mira. Quizás desde Venus que es el astro que reluce con más intensidad. Quizás desde esas puntas brillantes que son las estrellas, agujeros de luz procedente de otro mundo. Cuando parpadean me imagino que es Julie, que me manda señales. Me gusta pensar que todo lo ocurrido no fue en vano, que agarrada a la cola del cometa Haley Julie alcanzó  las puertas del cielo.

      Julie, cuanto te echo de menos.

     — ¿Crees que existe vida inteligente en el universo?—Me dijo Julie—Yo creo que es evidente que los extraterrestres estuvieron aquí en el comienzo de todo. Hay tantas evidencias Rose. Dejaron tantas huellas de su paso. El problema es que vieron lo que había y fueron demasiado listos como para quedarse.

     Estábamos en la parte trasera de su jardín, tumbadas sobre una toalla tomando el sol. Yo llevaba un biquini color mostaza y  ella un horrible  bañador de florecitas marrones  y lilas. Mientras yo ojeaba el último número de la revista “Vogue”, Julie leía un libro de Arthur C.Clarke. Le encantaba la literatura de ciencia ficción. Sacaba los libros a escondidas de la biblioteca y los forraba con papel para que su padre no viera lo que estaba leyendo, porque su padre no le dejaba leer » porquerías». No le permitía leer según que libros, ni revistas de moda. No le dejaba usar cosméticos, ni ropa atrevida, no le dejaba ir a fiestas ni salir con chicos, ninguna de las cosas que hacíamos las chicas de su edad. Su padre decía que a ella no se le había perdido nada por ahí, que ahí fuera, cuando el diablo no ponía música era porque estaba bailando.

     Era el verano del 96. Acabábamos de terminar el Bachillerato y con el nuevo curso yo iría a la Universidad de San Diego.Dont speak” de No Doubt  sonaba a todo trapo, así,  la madre de Julie no podía escuchar lo que hablábamos desde la cocina.

     —Oh, Rose. ¿Qué voy a hacer cuando te vayas? —Me soltó Julie cambiando de tema—Me voy a quedar tan sola. No sé si podre soportarlo.

     Le sonreí y le cogí la mano. A mí también me entristecía marcharme y dejarla, pero no podía evitar sentir mariposas en el estómago con solo imaginar todo lo que me esperaba, Una vida nueva llena de promesas y posibilidades mientras que Julie se quedaría aquí en el pueblo, en stand bay,  congelada como la imagen de una fotografía. Julie no estaba bien. No era fácil para Julie vivir bajo el fanatismo de su padre,  pero carecía del valor necesario para rebelarse. El Sr. Bellamy  cortaba de cuajo cualquier posibilidad de que Julie escapara a su control y se negaba a que fuera  a la Universidad.  Algo profundo, algo oscuro y fuertemente arraigado la bloqueaba. Julie tenía un aspecto monjil, de chica de otro tiempo. Siempre incomoda y fuera de lugar allá donde iba.  Yo tenía un grupo de amigos, chicos y chicas con los que salía a divertirme  y tenía a Julie,  pero Julie solo me tenía a mí.

     Los Bellamy eran republicanos conservadores y  pertenecían a la Iglesia Baptista Fundamentalista Julie era su única hija. Todos los domingos, los veía, desde la ventana de mi habitación, salir hacía la iglesia. El Sr. Bellamy con su traje gris y su porte severo. La madre de Julie llevaba un sombrerito y el bolso fuertemente agarrado. Siempre comprobaba, antes de llegar al coche, que todo estuviera en su sitio. Se mojaba los dedos y atusaba con su saliva los pelos rebeldes que se escapaban del pasador con el que Julie los llevaba recogidos. Julie miraba entonces hacia mi ventana y arrugaba ligeramente la nariz con un gesto que me recordaba a un hámster.

     Los Bellamy solo tenían trato con la gente de su comunidad y Julie había crecido atrapada en ese mundo. Yo era la única chica no baptista con la que tenía algún tipo de relación a pesar de la oposición de su padre, Yo tenia miedo del Sr. Bellamy, de su mirada que hacía arder todo lo que rozaba.

En la casa de los Bellamy lo que decía el Sr. Bellamy era ley. Lo que decía la Biblia era ley: la Biblia era la única fuente inerrante, e infalible. Era la Palabra de Dios. Los Bellamy negaban cualquier tipo de evolucionismo: estaban en contra del divorció, en contra del aborto y por supuesto de la homosexualidad. El Sr, Bellamy controlaba a su familia con la crueldad de un patriarca  del antiguo testamento. Controlaba a su esposa y controlaba a Julie y les administraba correcciones si consideraba que se habían desviado del camino. Correcciones  significaba pegarles con la correa. Bastaba que el asado no tuviera al punto, bastaba una camisa mal planchada, descubrir un rastro de carmín en los labios de Julie bastaba para desatar su furia. Recuerdo el día que  encontró un tampax usado en la papelera del cuarto de baño. A Julie se le había adelantado la regla en clase y yo le había dado uno que llevaba en el bolso. Pero para el Sr. Bellamy un tampón era algo pecaminoso y lascivo, tanto como uno de esos consoladores a pilas. Castigaba a Julie y a la Sra. Bellamy con su intransigencia. Cuando era pequeña, Julie me contó que corría a encerrarse en su habitación muerta de miedo. Se aplastaba contra la pared con el cuerpo encogido y las manos en las orejas para no oír nada. Yo la imaginaba allí, bajo el crucifijo que colgaba de la pared y se me ponían los pelos de punta. Me habría gustado creer en Dios, para preguntarle porqué permitía aquello.

     Odiaba ver llorar a Julie. Me destrozaba el corazón ver a la Sra., Bellamy hundida y sin energía, siempre ojerosa, con la amargura marcada en la comisura de la boca. Pero la Sra. Bellamy  siempre encontraba un motivo para justificar los ataques de ira y la violencia de su esposo. Era  culpa suya. Eran ellas las que descuidaban sus obligaciones, las que incumplían las normas, la que fallaban a su marido y  por ende a Dios.

     A pesar de eso, la Sra., Bellamy se alegraba de que Julie tuviera una amiga a la que llevar a casa. Nos cubría porque adoraba a Julie y le gustaba verla feliz. Disfrutaba con nuestros gritos, con las risas y el alboroto que formábamos en la habitación mientras escuchábamos música. Nos preparaba limonada y veíamos StarTrek  en la tele con una bolsa de patatas fritas en las rodillas. La casa se llenaba de los sonidos de una casa viva, de una casa normal que se petrificaba  en el momento que escuchábamos el sonido del motor del coche del Sr. Bellamy entrando en el garaje. Entonces, yo salía corriendo por la puerta trasera de la cocina y saltaba los setos del jardín que separaba nuestras casas sin que me viera. Para el padre de Julie, yo era la puerta por la que podía colarse el demonio, una impía que recibiría mi justo castigo el día del juicio final.

     Julie y yo éramos amigas desde el parvulario. Mi madre ayudó a la Sra.Bellamy a traerla  al mundo junto a los macizos de flores de la parte delantera de jardín de los Bellamy. Las contracciones se presentaron tan de repente que no les dio tiempo ni de llegar al coche antes de romper aguas. Mi madre me contó  que me estaba amamantando cuando escuchó los gritos y  alaridos de la Sra. Bellamy y se asomó a ver que ocurría. La ayudó como pudo mientras el Sr. Bellamy  llamaba al servicio de urgencias y mientras esperaba la llegaba de la ambulancia, se puso a rezar y a dar vueltas nervioso, alrededor de los parterres, sin saber qué hacer.

     «Ese hombre es odioso, decía mi madre. Es tóxico. Derrama veneno allá por donde pasa»

     Julie era como una niña grande  sin amigos, una chica que no encajaba. Así la veía yo. Me habría gustado poder ayudarla, pero no sabía cómo. Julie estaba perdida, aplastada por su padre, por la comunidad puritana y rancia de la Iglesia. Estaba tan perdida…

     En septiembre me fui a San Diego. Yo era alegre y vital, una chica, entusiasta y tranquila. Me adapte enseguida a la vida universitaria. Me gustaba todo: las clases, la cafetería, las fiestas y hasta los exámenes. Y me gustaba Dave, el hermano de mi compañera de cuarto Amy Williams. Me gustaba muchísimo Dave Williams. Quizás eso hizo que descuidara durante un tiempo a Julie. Cuando volví a casa, pasado ya  Acción de Gracias y un poco antes de Navidad, la encontré realmente cambiada, una transformación increíble. Su cara era otra. Los músculos faciales estaban tensos y había desaparecido la flaccidez. También el rictus de amargura de la boca, y el ceño preocupado de la frente. Estaba guapa. Incluso su pelo se había vuelto  sedoso y brillante. Su cuerpo parecía tonificado y elástico, como si se hubiera estado machacando en el gimnasio.

     Había empezado a estudiar programación y diseño de páginas web. Julie era de lejos la mejor en Informática de la clase. Ir a una nueva escuela, le había abierto la mente y hecho tomar consciencia de ella misma. Los miedos, me dijo, solo estaban en su cabeza. Ha sido como ir superando un reto día a día. Estoy tan feliz, Rose. No me acabo de creer que esto este pasándome.a mí. Existo y el mundo no deja de mandarme señales para recordarmelo. Están en los libros, en la música que escucho, en las películas… Es una sensación tan increíble… Me gusto, Rose, por primera vez en mi vida me gusto, Me reconozco cuando me miro al espejo y me gusta lo que veo. A veces pienso que me voy a despertar y voy a descubrir que ha sido solo un sueño. Y no podría soportarlo, Rose, no podría.

     Su mente era lúcida y perceptiva. Era Julie, pero era otra Julie. La música, cierta música la sumía en un estado casi de trance, sentía como sus chacras se abrían, vivía una  espiritualidad que nada tenía que ver con la religión sino con la consciencia de ser, con su propia armonía. Julie estaba dentro de una burbuja de pura efervescencia que la había hecho  olvidarse de todas sus heridas. La pregunta era si aquella burbuja sería lo suficiente consistente para resistir.

     Estábamos en mi jardín. Habíamos bebido un poco y la noche era clara y fría. Una luna creciente, casi plena, coronaba nuestras cabezas.  Sonaba un disco de Santana y Julie miraba el cielo arrebujada en su chaqueta de lana.

—Has visto la luna. ¡Fíjate, tiene mi cara!

Yo me reí. —Has bebido demasiado Julie. Estás flipando…

Pero cuando la miré, me di cuenta que lo decía convencida. Lo creía, lo creía de verdad. Veía su rostro dibujado en la orografía de sombras y cráteres de la luna.

     Un escalofrío y la noche se convirtió de repente en un lastre que ahora sé que cargaré sobre mis hombros durante toda mi vida. Sentí miedo, un miedo que en aquel momento no pude identificar.

     —Oh, Julie, —acerté a decir— ten mucho cuidado. El mundo es cruel, la gente es cruel. No permitas que nadie te haga daño.

     —He conocido a alguien, – me dijo ella— pero aún es pronto para que pueda hablar de eso.

     Más tarde, me di cuenta que en ningún momento, durante aquellos días, Julie había mencionado a sus padres ni yo le había preguntado por ellos. Tendría que haberme dado cuenta de que algo no iba bien. En aquel momento no lo supe ver.  

     El día 19 de marzo recibí una carta de Julie.

Querida Rose

      Sé que te va a resultar extraña esta carta y todo  lo que viene a continuación. He decidido contártelo por escrito porque no tengo la fortaleza necesaria para hacerlo cara a cara, pero sobre todo, porque quizás ya no me quede tiempo.

     Una vez leí un libro sobre la vida de Siddhārtha Gautama  Según la tradición sakia, la reina Maya debía dar a luz en el reino de su padre, así que cuando se acercaba el día de la concepción dejó Kapilavastu. Sin embargo estaba dicho que su hijo nacería en un jardín en el camino entre Kapilavastu y Lumbini, bajo un árbol sala, en el plenilunio del mes de mayo. Yo también nací en el mes de mayo, durante el plenilunio en Tauro; nací bajo un magnolio en el jardín de mi casa, Empecé a fantasear con la idea de que, en realidad, yo era la reencarnación de Buda. Pensarás que estoy loca, pero veía  señales, era algo premonitorio. En realidad, lo creía pero no lo creía. Eso me hizo pensar mucho, preguntarme muchas cosas  para las que no tenía respuesta. Pensé que, quizás, nuestro cuerpo era solo una carcasa, una especie de recipiente donde habita nuestra alma en evolución hacia un nivel superior y cuando lo alcanzas, ese cuerpo, esa carcasa ya no es útil y entonces mueres, pero en realidad no mueres, sino que te conviertes en otra cosa, cambias de ciclo hasta que, finalmente, consigues que tu alma se encuentre con su cuerpo definitivo y  entonces eres libre.  Toda mi vida me he sentido mal, Rose Toda mi vida he vivido bajo el yugo de una doctrina en la que no creía, sin saber quién era. Nunca he podido elegir. He estado ciega, Rose. Miraba sin ver, siempre hacía el lugar equivocado. Cuando te marchaste me levantaba con ganas de vomitar por el solo hecho de estar viva. Me sentí tan sola, tan vacía…

     Sentía que me ahogaba. No había espacio en mi para vivir, para soportar el dolor. Necesitaba escapar, abrir una grieta y desprenderme de mi emvoltorio, como lo haría una oruga  cuando se convierte en mariposa Tú ya no estabas, Rose. Te habías ido, había perdido todo lo que me importaba  y no dejaba de doler y no había bálsamo para ese dolor hasta que encontré a Do. Do supo romper mis resistencias y tocar mi yo, Cuando entró en mi vida fue como  abrir una cortina y todo lo que había de mi dejó de tener importancia, gran parte de ese dolor desapareció. Si un ojo te molesta, me dijo Do, sácatelo. Do me enseñó  a ver. Tiene la respuesta para todas mis preguntas. Do me habla y todo lo roto, lo vulnerable y doloroso que hay en mí, se esfuma y desaparece.

     Yo no soy de este mundo, Rose. Pertenezco a otro lugar y es hora de que abandone mí cuerpo- prisión y suba hacía la luz. Somos parte de un experimento fallido. La Tierra, que tenía que ser un paraíso, se ha convertido en  un jardín lleno de maleza que necesita ser reciclado o rectificado Do está ahí,  estamos unidos por una cuerda invisible. Me  liberó de todos mis miedos Está ahí, me observa, me sostiene y me guía. Es real. No una idea o una creencia. El está ahí y somos lo mismo, él me ha hecho ver lo que soy  y eso lo cambia todo,

     He alcanzado la fe para hacer posible mi transformación. Me he despojado de todo lo mundano y ahora, me toca lo más doloroso. Tenemos que despedirnos Rose. Tú has sido la única persona que se ha interesado por mí, por eso no quiero que llores, Rose, ni que te sientas culpable. Dejo mi cuerpo para reemplazarlo por un alma nueva .Soy un rayo de luz, vuelvo a casa. A mi autentica casa. Cuando mires el cielo piensa en mí. Observa el paso del cometa Haley y dime adiós pero no me olvides.

     Llamé a casa de Julie. Se puso su padre al teléfono y me gritó, me dijo que no quería saber nada de mí, que Julie ya no era su hija, que no volviera a llamar. Yo, que nunca había rezado, aquel día, me arrodille y lo hice. Se me ocurrió que si conseguía formular la oración adecuada, tal vez  podría cambiar los acontecimientos que se avecinaban. Pero no fue así.

The San Diego Unión-Tribune  27 de Marzo de 1997

INMOLACIÓN EN CALIFORNIA

Los 39 suicidas de la secta daban culto a Internet y a los  extraterrestres

By Ruth L. McKinnie redactora.

 Eran milenaristas,les apasionaba viajar con sus ordenadores a través del ciberespacio,  y estaban obsesionados por la higiene. Vivían en uno de los rincones más lujosos del planeta: la urbanización Rancho Santa Fe, al norte de San Diego. Eran los adoradores de la Más Alta Fuente, y 39 de ellos fueron hallados muertos en lo que constituye el mayor suicidio colectivo de la historia reciente de EE UU.

Agentes del sheriff de San Diego efectuaron el macabro hallazgo en la tarde  del miércoles.  Una llamada anónima alertó de que se había producido un suicidio masivo.

Parecía que dormían: sus cuerpos estaban apaciblemente acostados en camas plegables y literas y no presentaban la menor señal externa de violencia. Vestían de modo semejante: pantalones, camisas sin cuello y zapatillas de deporte Nike, todo de color negro. Llevaban los rostros y pechos cubiertos con sudarios triangulares de color púrpura. No había sangre, no había marcas en los cadáveres, no había notas explicativas; ni tan siquiera, parafernalia religiosa, a no ser que se considere como tal los equipos informáticos que ocupaban varias habitaciones

 «Ninguno tenía heridas de bala o de cuchillo». Alan Fulmer, sheriff del condado de San Diego ha explicado que el fuerte olor que encontraron sus agentes les hizo pensar en un primer momento que algún gas había provocado las muertes, pero que pronto descubrieron que se trataba de la descomposición de los cadáveres. El forense encargado del caso, el doctor Brian Blackbourne, ha  revelado que la muerte pudo producirse por la ingesta de alcohol mezclado con grandes dosis de  fenobarbital  Según Blackbourne, el suicidio podría haberse cometido en tres etapas: mientras algunos de ellos llevaban muertos tres días, otros presentaban signos de fallecimiento de 24 horas.

 Poco se sabe acerca del grupo y sus componentes. Habían alquilado la casa el pasado octubre por entre 10.000 y 20.000 dólares al mes a Sam Koutchesfahani, un hombre de negocios que, en un caso que no parece tener relación con este suceso, se declaró culpable en 1996 de fraude y evasión de impuestos. Es una residencia de estilo mediterráneo español, con los muros pintados de colores cremosos, techos con tejas rojas y palmeras alrededor. Tiene nueve dormitorios, siete cuartos de baño, una piscina, una pista de tenis y un jardín.

La casa era la base de WWW Higher Source (la Más Alta Fuente del World Wide Web, el principal componente de Internet). En apariencia, Higher Source era un negocio dedicado a diseñar páginas (web sites) para empresas californianas que deseaban estar presentes en Internet. Sus componentes eran programadores de ordenadores.

 Varios clientes de Higher Source han descrito a los ocupantes de la casa como jóvenes con aspecto de pertenecer a una secta, pero buenos negociantes y eficaces profesionalmente. Tom Goodspeed ha contado que WWW Higher Source diseñó un web site para el club de polo de San Diego que él preside. Goodspeed visitó la casa y encontró que sus habitantes eran «gente silenciosa, con cortes de pelo a cepillo y casi uniformados con ropas negras. Tenían un aspecto algo extraño, pero también todo el aire de sentarse delante de un ordenador y saber lo que estaban haciendo. Hicieron un trabajo estupendo para nuestro club».

 Según Goodspeed y otros clientes, los jóvenes parecían obedecer a un hombre de más edad al que se dirigían como padre John o simplemente Do. Un tal hermano Logan parecía el segundo de a bordo. Todos eran muy limpios y austeros. Decían no fumar, no beber alcohol, practicar el celibato y dormir en literas.

 Bill Grivas, un vecino, ha contado que, hace unas semanas, se acercó a la casa para ver si estaba en venta y que escuchó cómo sus ocupantes se calificaban de «monjes». «Me pareció entender», ha dicho Grivas, «que se consideraban ángeles de la informática».

Un hombre de negocios de Beverly Hills ha informado, hace apenas unas horas, que uno de sus empleados, antiguo compañero de los fallecidos, había recibido dos vídeos en los que éstos se despedían y le explicaban sus razones. Unas razones muy inquietantes: el grupo creía llegado el momento de «despojarse» de sus «contenedores» (sus cuerpos) para acudir a una cita con una nave extraterrestre que, aseguraba, está viajando tras la cola del cometa Hale-Bopp.

La página en Internet Heaven`s Gate, la Puerta del Cielo ,bloqueada a ratos por el exceso de gente que se quiere conectar, será sin duda utilizada como «prueba» de que Internet es perjudicial, pero los expertos advierten que esa deducción es injusta. Como declara Karen Coyle, de la organización Usuarios de Ordenador por la Responsabilidad Social, «no se puede culpar a Internet, igual que no se puede culpar al cometa».

Tormenta de Verano

Tormenta de verano.

Tan solo una carretera separa la casa de las  dunas de hierba, de la arena y del mar. Un pequeño jardín con cancela y luego la fachada estucada en blanco con ventanas altas con parteluz y postigos verdes que mi madre cierra al mediodía para impedir que entre el calor. El fragor de las olas rompe la calma en la hora de la siesta. Estoy tumbado en la cama. Imagino las tetas de Sally Waller mientras me la meneo. Últimamente, mi  polla ha empezado a tener vida propia. Me levanto ya con el palo en alto  y durante el día, sin motivo aparente, noto como empieza a presionar contra los vaqueros y tengo que encerrarme con urgencia en el lavabo. Por las noches aprieto el miembro entumecido contra el colchón y me muevo con un ritmo lento hasta que toda la tensión, esa hinchazón, explota en una oleada de placer.

En eso ando cuando empiezan de nuevo los gritos en la planta de abajo.

Me pongo un pantalón corto, una camiseta y mis viejas John Smith y salgo a la calle para no escucharlos. Todos el mundo parece resguardarse del calor de agosto a estas horas, ni un pájaro, ni un insecto, nada se mueve en la calle. Me quedo de pie, impotente, bajo la sombra de un árbol mientras las voces logran atravesar las paredes y me rompen los oídos. Otra pelea, otra más, ya he perdido la cuenta. Está claro que no se soportan, que la palabra divorcio va a dejar de ser una amenaza para convertirse en una realidad.

—Parece que tienen algún problema— dice un chaval que aparece de pronto, como un fantasma. No le he oído llegar. —Me alegro que esta vez no sean los míos los que se pelean.

— Me llamo Dylan—dice y me tiende la mano— Vivo un poco más arriba, en la casa con las ventanas azules. ¿Te apetece un helado?

Echamos a andar bajo el sol hacía el paseo marítimo donde a pesar de la hora, las terrazas de los pubs están llenas de gente. Huele a bronceador de coco y a pescado a la parrilla.

Dylan tiene catorce años, uno más que yo, aunque somos igual de altos. Tiene el pelo rubio, ensortijado, es flaco, pero fuerte a la vez. Me pregunta que de donde soy y le digo que vivo en Londres, que es la primera vez que paso las vacaciones en St. Yves y que creo que mis padres se van a divorciar.

Los suyos tienen un pequeño hotel junto al puerto. Durante el año estudia en un internado cerca de Truro, porque sus padres, entre el trabajo y las broncas, no tienen tiempo para ocuparse de él.

—Ya ves, —me dice— no eres el único que tiene problemas.

No le gusta el internado, pero prefiere no hablar de eso. Hablamos de películas, de «Stargate» de «Jumanji » y de «La lista de Schindler», de la música que nos gusta: Oasis, Prefab Sprout, Blur a Dylan le gustan los Smashing Pumpkins y Madonna y odia a  las Spice Girls. Dice que « El señor de las moscas» es uno de sus libros favoritos.  A mí no me gusta leer, los libro me aburren y me dan sueño.

Con los días se forja entre nosotros una alianza natural. Dylan siempre decide lo que vamos a hacer y yo me dejo llevar. Son los roles más sencillos para ambos.

Pasamos tanto tiempo juntos que es como si fuéramos amigos de toda la vida. Por las mañanas vamos la playa, hacemos  excursiones en bicicleta y Dylan me enseña los lugares más pintorescos  de St. Yves y también sus rincones secretos. Vamos al cine,  jugamos a la Nintendo  o bajamos a callejear por el pueblo, por las tiendas y los puestos de mercadillo que llenan el paseo marítimo al ponerse el sol. Nos hacemos inseparables, creo que nunca he tenido un amigo como Dylan.

— Mira a esos — dice Dylan y da un lengüetazo a su helado de chocolate. Estamos sentados en un murete de piedra, en el paseo y señala a dos negros que pasan por delante montados en monopatín — ¿Sabes que los negros tienen la polla el doble de grande que los blancos?

Le miro sorprendido,  no sé a dónde quiere ir a parar.

—Y tú ¿Cómo lo sabes?

—Yo sé muchas cosas—dice y recoge con la lengua las gotas de chocolate que resbalan por el cucurucho y su cara se ilumina con una sonrisa enigmática— quizás algún día, si te portas bien, te las cuente.

¡Ven!—dice cambiando de tema y echa a correr— vamos a bañarnos. Conozco un sitio donde tendremos la playa solo para ti y para mí.

El sol empieza a caer cuando cruzamos la vía del tren, atravesamos un bosquecillo de pinos y bajamos por las rocas a una cala pequeña y vacía. El agua golpea con desgana una vieja barca abandonada en la arena. Una barca de madera blanca y azul con la pintura desconchada y comida por la sal. Dylan empieza a quitarse la ropa y de pronto está desnudo. Mi mirada se desvía, de una manera involuntaria, hacia su entrepierna. Me pasa siempre: en los vestuarios del colegio, en los urinarios, ante cualquier oportunidad de comparar mi cuerpo con los demás, de ver quien la tiene más grande o más pequeña. Él me mira, hay algo de malicia en sus ojos.

— ¡Venga, no seas tímido!

Echa a correr, una carrerilla precipitada por la arena. Lo observo alejarse hasta que su cuerpo desnudo, un cuerpo fuerte, tenso, sólido, se  zambulle en el agua y lanza salpicaduras al aire. Pero no le sigo. Me quedo sentado en la arena, turbado ante la visión del calzoncillo blanco que corona el montón de ropa arrugada, en un estado emocional extraño y contradictorio. Cuando sale del agua goteando, con la piel de gallina de un color azulado, evito mirarlo. Hacemos el camino de regreso apenas sin hablar.

—Tienes comida suficiente en la nevera. No te vayas muy tarde a la cama y por favor, Jasper espero que no hagas nada de lo que después te tengas que arrepentir…

—Sube al coche, Emma. Es tarde—le grita mi padre ya al volante.

Mi madre lo mira con fastidio y me da un beso y me dice adiós con la mano mientras el coche se aleja. Saltó de alegría cuando desaparecen de mi vista. Regresan  a Londres, al funeral de un amigo íntimo de papa. He tenido que prometerles de todo para que me dejen quedarme solo en St. Yves.  Convenzo a Dylan para que se quede a dormir en mi casa.

Jugamos a la Nintendo, comemos pizza y patatas fritas y vemos la película «Clueless», que hemos alquilado en el video club. Fumamos y bebemos licor de una botella de reserva de mi padre hasta que acabamos medio borrachos y nos quedamos fritos en  el sofá.

Abro los ojos y estoy mareado y no sé qué hora es, pero debe ser tardísimo. Despierto a Dylan.

—Será mejor que nos vayamos al catre— le digo.

Nos acostamos en mi cama, todo me da vueltas y que me quedo dormido enseguida. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando abro los ojos y siento el cuerpo de Dylan moviéndose lentamente pegado a mi espalda, su respiración contenida, su polla dura apretándose contra mi culo. No reacciono, me quedo quieto sin mover un músculo, intento que no se de cuenta de que me he despertado. Estoy aturdido y mortificado porque quiero que «eso» pare pero, al mismo tiempo, siento  que no lo quiero.

Paso unos días abrumado, inseguro y lleno de dudas. Hasta ahora pensaba que no hay nada peor en el mundo que ser gay, un moña.  Me acuerdo de un  chico afeminado de mi colegio llamado Bruce. Cada vez que Bruce entra en las duchas, alguien dice algo del estilo: «Cuidado, que no se os caiga el jabón que Bruce está aquí.» Cosas así. Los chicos de mi clase  no dejamos de meternos con él, somos crueles con los más débiles y con los que son diferentes. Tenemos que demostrar ante los demás nuestra fortaleza y nuestra «normalidad» y lo hacemos burlándonos de chicos como Bruce por ser blandito y un cagueta, por ser un maricón y un moña.  

Los días siguientes es como si «eso» no hubiera ocurrido. Pero ha ocurrido aunque no se hable de ello. No puedo quitármelo de la cabeza. Tengo la sensación de que algo se me  escapa, algo esencial cuya revelación me inquieta.

Las sombras se alargan bajo la luz anaranjada de la tarde. En el horizonte se acumula una avalancha de nubes que anuncia una noche de lluvias y tormentas eléctricas. El viento empieza a soplar con fuerza entre los árboles…

Estamos solos en casa de Dylan. Jugamos a Doom en la Nintendo y conforme vamos pasando los niveles Dylan empieza a removerse nervioso, como si el asiento le estuviera quemando el culo.

— A la mierda — dice soltando el mando y repanchigándose en el sofá. Saca del bolsillo, como el mago que saca un conejo de la chistera, un cigarrillo arrugado.

— María — me dice y quema la punta con un mechero.

Una vez fumé María. Mi amigo Roony le robo un poco a su hermano y nos hicimos un canuto en la parte trasera de su jardín. Me mareé y me puse blanco como el papel de fumar y acabé potando en el lavabo mientras Roony me aguantaba la cabeza. Nunca la he vuelto a probar,  pero no digo nada. Dylan da unas caladas, aguanta un poco y expulsa el humo dulzón.  Me lo pasa y yo fumo y se lo paso y fumamos hasta que el cigarrillo nos quema la punta de los dedos y huele a cartón chamuscado. Dylan trae dos Coronitas y bebemos y parece que con la cerveza y la hierba la tensión se relaja  y empezamos a reírnos, una risa floja, una risa tonta.

Entonces, Dylan pone un disco de éxitos de los 90 y empezamos a bailar. Bailamos y es como si en vez de un canuto nos hubiéramos tomado un gramo de coca. Estoy sudando, tengo el corazón a cien cuando empieza a sonar «Nothing Compares 2 U»  esa canción lenta de Sinéad O’Connor y Dylan me coge del brazo, tira de mí y nuestros cuerpos se pegan y bailamos agarrados como a veces hacen las chicas en las fiestas de los pueblos y yo noto que me estoy excitando, puede que sea deseo, pero no quiero admitirlo.

— ¿Nunca has estado con una chica, verdad? — me pregunta de sopetón y nos separamos—Seguro que en tu colegio hay muchas que se dejan.

— ¿Y tú? —le pregunto.

—Yo he hecho muchas cosas—dice con esa sonrisa enigmática suya y me alborota el pelo como si fuera un niño—No necesito a ninguna chica.

Dylan sale al pasillo sin esperar respuesta. Al rato, siento correr el agua de la cisterna y luego silencio.

Le llamo pero no contesta. ¿Igual ha echado la pota en el wáter y ahora está tirado en la cama, mareado, como si se hubiera subido a algún barco? Eso es lo que me paso a mí aquella vez. Voy a buscarlo. En el lavabo no hay nadie así que sigo por el pasillo hasta su habitación y abro la puerta. El cuarto está en penumbra, apenas se filtra algo de luz a través de la cortina amarillenta. Vuelvo a llamar.

— ¿Dylan?…

Entonces lo veo, está ahí delante, desnudo. Lo miro sin poder apartar la vista de su cuerpo. Está ligeramente inclinado hacia delante con las rodillas juntas y las piernas algo dobladas. Se ha escondido la polla entre las piernas y en su lugar solo veo un triángulo de piel lisa, sombreado por una pelusilla suave. Lo miro a los ojos y luego otra vez al triángulo de piel entre las piernas y siento que algo en mí se tensa, una cuerda situada en algún lugar entre mis intestinos y la ingle.

— Ven, —dice Dylan acercándose— hagámoslo…

Pega su cara a la mía  y me susurra al oído.

 —Sólo tienes que dejarte llevar, imaginar que soy una chica…

Yo nunca he pensado… pero hay algo en Dylan, en su cuerpo… Me quedo inmóvil, como una estatua de sal, en un estado casi hipnótico y el empieza a desabrocharme el cinturón muy lentamente y luego me baja los pantalones y los calzoncillos y libera mi polla que se va hinchando por momentos.

—Haz como si fuera una mujer.

Dylan se da la vuelta y pega su cuerpo al mío. Siento su olor y su respiración agitada. Me coge las manos y las lleva hacia sus caderas. Luego agarra mi polla y la aprisiona ente sus piernas.

—Así…—dice con un gemido apagado.

Se pega todavía más y luego se aparta y repite el mismo movimiento con un ritmo lento. Puedo oler su pelo, sentír el roce de su piel con la mía.

— Muévete…

De repente pienso en mi madre, en lo que diría si llega a descubrir lo que estamos haciendo. En Bruce, en Roony  y en los chicos de mi clase y los veo gritándome maricón y moña y sarasa a gritos en el patio. Veo mi polla dura que no debería estarlo, siento un cúmulo de sensaciones que no debería sentir, estoy a punto de explotar.

Me separo de Dylan y lo aparto de un empujón violento que lo lanza al suelo.

—Eres un marica, un puto marica de mierda. — Me escucho decir.

El se queda allí tirado, no hace nada por levantarse, tan solo me mira con la cara desencajada, y veo miedo y vergüenza en sus ojos. Siento que le odio, que una furia ciega y al mismo tiempo provocada se apodera de mí, algo irracional y frenético que es como un medio para lograr alejarme de Dylan y de «eso».

Me subo los calzoncillos y los pantalones y le doy una patada en las costillas, y luego otra y salgo huyendo de la habitación.

—Yo no soy como tú ¿me oyes?— grito mientras bajo las escaleras— Yo no soy un marica. No quiero volver a verte. No quiero tener nada que ver con maricones como tú

Un trueno suena en la distancia: « maricón». Corro por la calle, siento que me ahogo, que el llanto me araña la garganta mientras oigo risas y voces en mi cabeza que gritan a todo pulmón: ¡Moña!, ¡bujarrón!, ¡sarasa!, ¡reinona!, ¡chupapollas!, ¡mariquita!, ¡mariposón!, ¡invertido!, ¡puto!, ¡desviado!, ¡julandrón!, ¡loca!, ¡sopla nucas!, ¡tragasables!, ¡mamón!…

La tormenta descarga con furia durante la noche. Una batalla de truenos, relámpagos, agua y viento se confunde con  mi propia batalla.

Acurrucado en una esquina de la habitación me rechinan los dientes y me tiembla todo, tanto que si no me abrazo con fuerza las rodillas creo que me voy a descuajaringar. Todo lo que oigo es el repiqueteo de la lluvia y el viento barriendo las ramas. Todo lo que veo son  los hombros y la espalda de Dylan en la penumbra, todo lo que escucho son sus palabras susurradas a mi oído: «Haz ver que soy ella, haz que sea verdad, en tu mente…»

Si cierro los ojos lo huelo…

Si cierro los ojos lo veo reír, con esa risa suya llena de enigmas…

Si cierro los ojos lo veo encogido en el suelo, mirándome asustado, con sus ojos tristes y vacios.

No he vuelto a ver a Dylan. He llamado a su puerta, he gritado su nombre a la ventana sin obtener  respuesta. Fui a buscarlo al hotel pero su madre no quiso decirme donde estaba, tan solo me dijo que me fuera, que era mejor que lo dejara en paz.

La casa desde entonces permanece cerrada y ahora que me marcho, que mi padre está terminando de cargar las maletas en el coche, me acerco y le llamo por última vez. No puedo soportar el pensamiento de que no voy a volverlo a ver, de que no voy a poder pedirle perdón y decirle que lo siento, que nunca le voy a olvidar. Por primera vez me doy cuenta de lo solo que estoy, de lo solo que está todo el mundo en realidad.

El coche arranca y al pasar junto a la casa de Dylan, miro hacia la ventana de su habitación y creo ver un ligero movimiento, un ligero temblor en la cortina amarilla y una sombra que se esfuma como una mancha de agua bajo el sol.

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