El día que la Coccinelle volvió a la Argentina

La Pendón pasa por mi departamento. Son casi las siete de la tarde del sábado.

     —¿Sabés qué?—me dice, dejando caer el bolso Louis Vuitton sobre la mesa— la Coccinelle volvió a la Argentina. Recién me enteré en lo de la Úrsula—. La Úrsula pincha silicona a toda la que sea lo suficientemente atrevida para dejarse,  en la trasera de una peluquería de la calle Escudillers. Me fijo entonces en sus pómulos, están tan hinchados que le achinan los ojos. —Contrató como figura exclusiva  con el Canal 7 Buenos Aires. ¿Podés creerlo? ¿Cómo me ves?—me dice,  cambiando de tema y acerca su cara a dos centímetros de mis ojos.

     —Tenés que andáte con cuidado con la silicona. Es adictiva.

     — Y qué no lo es. ¿No creés que me da un toque exótico? ¿Bajás más tarde para la Rambla?

     —Esta noche no, andá vos. Quiero ver el partido Barça-Madrid.

     —Como sos, Ivonne ¡No he visto a un maricón, que le guste más el futbol que a vos! ¡Chau, querida!— La Pendón agarra su bolso y el repiquteo de sus tacones, en como si un caballo se alejara  por el pasillo.  

     Mirna la vieja siempre me decía: « ¡No he visto a un puto mas fanático del futbol que vos!».

     La Coccinelle, Mirna la vieja… De repente deseo escuchar el sonido enlatado de su voz al otro lado del Atlántico, a miles de kilómetros. De repente tengo ganas de llorar, de repente me agarró la nostalgia…

     «Tené cuidado con la Pendón,  ¿Ok? —. Me dijo, Mirna la vieja, en el Aeropuerto de Buenos Aires. —Siempre pensé que es capaz de hacer cosas buenas, pero, si querés que te diga la verdad, nunca me dio pruebas de ello.

     Y aquí estoy, tres años despues, viviendo puerta con puerta con la Pendón en los Apartamentos Lucarno, junto a la Bonanova, en la parte alta  de Barcelona.

     El día que escuché hablar por primera vez de la Coccinelle, yo estaba en el Telo de la Mirna viendo la retrasmisión, en blanco y negro, de la ceremonia de inauguración del “Mundial de la paz” como lo llamó en su discurso de apertura el General Videla.

     El Telo de la Mirna…Ella prefería «Pensión Carroussell”, el nombre que le puso en recuerdo del tiempo que vivió en París pero, cuando alguien se levantaba un cliente, siempre iba a ocuparse al Telo de la Mirna. La Mirna no permitía escándalos en su casa. Manejaba el negocio como un sargento,  pero también era generosa y se preocupaba por todos. La gente de su cuadra la adoraba, a nadie se le hubiera ocurrido botonear a la policía lo que allí pasaba. Mirna la vieja había vivido lo suyo. «La edad es un grado —solía decir —más nos valdría haber nacido viejos antes que niños». Durante una temporada larga vivió en Europa. Había actuado en el Chez Nous de Berlín, el templo del transformismo en Alemania. Trabajó en el alterne en los cabarets de Lugano. «Los suizos manejan mucha plata». Hizo la carrera en el Bois, en París, en Milán, y también en las Ramblas de Barcelona. La Mirna decía que se cansó de chupar pingas y de dar vueltas por el mundo y  volvió  a Buenos Aire porque la nostalgia la estaba matando. «Pero la cagué. No sabés vos cuanto la cagué».

     No era nada fácil la vida en la Argentina. Mientras Videla lanzaba su mensaje, muchas de las personas que colmaban las gradas del Estadio Monumental del River Plate ya eran víctimas del horror. En la plaza de Mayo, a no más de treinta cuadras del allí, las madres daban vueltas con sus pañuelos blancos pidiendo ayuda para encontrar a sus hijos desaparecidos. No sabían,  casi nadie lo sabía aún, que muchos de aquellos  chicos, estaban secuestrados a solo unos cientos de metros del Estadio en la Escuela de Mecánica de la Armada. Yo, que no era más que una beba, ya había tenido algún que otro encontronazo con las Brigadas callejeras. El novio de mi hermana Emilia, Santino, que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios, llevaba desaparecido desde hacía 6 meses.

     Yo era una loca del Boca, una loca del futbol. Era una loca de la vida. Recién comenzaba a vestirme de mujer, recién comenzaba mi cambio. «También sos vos bien oportuna. Elegiste el peor momento para florecer». La Vieja Mirna me tomó cariño. ¡Era tan pitusa! Tenía las mejillas regordetas y los ojos ribeteados de pestañas largas y curvadas que me daban una expresión aún más infantil. «Sos una muñequita —me decía la Mirna— una poupée». Se convirtió en mi madrina y a mí me gustaba estar con ella y que me contara porque la vieja Mirna había vivido mucho y tenía muchas historias que contar.

     Aquel día, la Mirna abrió su álbum de fotos, con el que iba documentando todos sus cuentos, y me mostró  la mujer más divina que había visto en mi vida. Más divina que mi idolatrada Raquel Welch,  más que Úrsula Andress, más que Brigitte Bardott cuyas imágenes llenaban mis cuadernos de recortes. Mirna había visto una vez a la Coccinelle, en Paris, cuando actuaba con su espectáculo de variedades Cherchez la femme La había esperado a la salida de artistas del teatro y se consiguió una foto con su autógrafo. «Puro glamur, querida, puro misterio.  Sabés que se operó, le hicieron  una concha en Casablanca… Hace años estuvo acá en la Argentina, rodó una película con Graciela Borges, ¿Te imaginás?». Había una foto de Cocinelle posando al lado de  Marlene Dietrich y yo sentí que me faltaba el aire, que me moría. Quería ser como la Coccinelle.

     Fue Mirna la vieja quién me  enseñó a quitarme los pelos de las piernas con un hilo, una técnica que había aprendido de una travestí libanesa que conoció en Berlín. Me enseñó a cuidarme el pelo y a cardarlo para darle volumen. Mirna la vieja me regaló mis primeras pinzas de depilar. «Tenés que arrancar el vello de raíz para que no se encarne. Los pelos encarnados te joden  el cutis.» Me arregló las cejas, me dio trucos para maquillar los ojos y que parecieran más grandes y profundos. Mirna la vieja me enseñó una bocha de cosas que había aprendido a lo largo de su vida. « ¡Acordate Luisita, vos sos una mina autentica, no un maricón que queré parecerlo!».

     Las primeras hormonas me las consiguió Mirna la vieja y cuando me empezaron a brotar los pechitos me dijo: « Ahora, tenés que buscar un nombre de guerra, Luisita. ¿No creés?

     —Ya lo pensé, vieja. Me llamaré Ivonne, como Ivonne de Carlo.

     La Mirna y Horacio me salvaron.

     Fue al Telo de la Mirna donde llevé a Horacio el día que lo levante en los alrededores de la Plaza de la Constitución. Hacía calor aquel día, un calor pegajoso que te chorreaba todo. La gente salía del campo  eufórica  con la victoria del River. Llevaba ya un rato yirando por allí  cuando le vi. Un cruce de miradas y me paré frente a un escaparate  y le observé a través del cristal. Eché a andar a los lavabos de la Estación, pero él me hizo una seña para que me acercara. Tenía pinta de cana, había aprendido a verlos venir, los olía. Estuve a punto de salir rajando y él se dio cuenta.

     —No te preocupés,—me dijo— no tenés nada que temer de mi.— Y me ofreció un cigarrillo. —Tenés que andarte con cuidado. Según qué lugares no conviene, vos sabés que son peligrosos… Pensé que igual te gustaría vení a chupar algo conmigo.

      Horacio resultó ser un tipo copado. En la habitación de la pensión “Carroussell” había un ventilador que apenas conseguía remover aquel  caldo caliente. Yo siempre abría la ventana a pesar del calor. En mi departamento no había ventanas y me gustaba escuchar el ruido de los insectos al chocar contra la mosquitera y los sonidos que subían desde la calle.

     —Qué querés hacer.

     —Y, no sé… Sacáte la ropa.

     Nos tumbamos en la cama, el uno junto al otro sin hacer nada.

     —Estoy hecho percha —me dijo. Yo le agarré la pija, quería ganarme mi plata, pero él me detuvo la mano y me abrazó con fuerza.

     —Esperá… Quedémonos  así nomás.

     Horacio me tiró los galgos. Me cortejó. Yo nunca había tenido un cliente fijo, un protector. Nos veíamos en lo de la Mirna y siempre me traía un regalo. Una remera o un vestido. Un bote de perfume Fidji. «La Mujer es una Isla y  Fidji es su Perfume». Era funcionario del Ministerio de Bienestar social. Estaba casado, tenía hijos pero su mujer no hacía más que joderle la vida. Se sentía solo. «Pero ahora te encontré a vos, Luisita.  Fijáte que todo puede esconder un regalo». Yo era Luisita. Él nunca quiso saber nada de Ivonne.

     El Comando Cóndor incendió un teatro de la Calle Corrientes. Se habían propuesto acabar con todos los maricones travestidos de Argentina. Las cosas se  ponían más feas día a día. Un día me agarraron a las siete de la tarde caminando por la vereda en la peatonal. Dos tipos con lentes negros me  metieron en un carro. La calle estaba llena de gente pero nadie hizo nada. Me llevaron a un baldío  y me molieron a piñazos,  me cortaron el pelo a trasquilones y me dejaron con la cara hecha mierda atada a un árbol.

     Mirna la vieja dijo: «Te cagaron la vida Luisita estos hijos de la reputa, la concha de su putísima madre. Te dejaron que parecés una tiñosa. Sos igualita que la “Raulito”». La Mirna me regaló una de sus pelucas, una peluca platino y yo me veía tan imponente como la Coccinelle.

     Andar por la calle era peligroso, podías acabar preso por maricón. Dejé de tomar el colectivo, me movía en taxi allá donde fuera. Empecé a fantasear con la idea de ir a Europa, tenía que tomármelas lejos.

     —Es mejor para vos y para mí que no nos vean juntos, —le dije un día a Horacio y le conté todos los planes  que había pensado para mi futuro.

     — Cuando soñás, viajás de este mundo al otro que perseguís. En los sueños está lo que sos y lo que serás. No dejés de soñar, Luisita. Contá conmigo para alcanzar tus sueños.

     El 27 de julio de 1979 vi con Horacio el partido de vuelta del Boca contra el Olimpia. El empate a cero les otorgó la victoria a los  paraguayos.

     —Nos cagaron la ilusión de estar contentos un rato estos hijos de puta—dijo Horacio—. Lo único que quería era que ganara la Argentina para ponerme contento, pero ni eso la concha de su madre que mierda hicimos…

     Estaba triste Horacio. Al día siguiente yo tomaba un avión para España. Quizás no volviéramos a vernos nunca más.

     —No más lo que hacemos en presente puede salvarnos. — Horacio saco un fajo de dólares del interior del saco. — Luisita, vos sabés lo importante que sos para mí. Tomá, te vendrá bien mientras conseguís ubicarte. Prometéme que serás feliz.

     La Mirna acudió al Aeropuerto a despedirme. Me dio una tarjeta con las señas y el teléfono de la Pendón, y antes de irme me metió un sobre con plata en el bolso. Con lágrimas en los ojos me dijo: «Luisita, no pensés nunca que sos menos ni tampoco más que nadie.  Tendé la mano siempre que podás. Así te irá bien».

     El partido termina 2-0 a favor del Barça. Apenas me he enterado de lo que ha pasado en el campo. Mi cabeza está lejos, muy lejos. Mañana llamare a Mirna la vieja sin falta, me digo.

     Me doy una ducha rápida y me unto el cuerpo con crema hidratante  perfumada.  Me gusta recrearme en mis pechos, sopesarlos con las manos, me parece mentira que este par de “lolas” de copa 110 sean mías. Me maquillo a consciencia, desenredo los rulos del pelo y lo cepillo ligeramente para no cargarme el ondulado. Luego busco en el armario mi uniforme de guerra para esta noche. Los días que juega el Barça voy a trabajar a los aledaños del campo. Si gana me pongo unos short cortitos y una remera azul grana que he abierto por el delantero y que me ato con una lazada a la cintura. Me pongo las botas de mosquetera, que me matan los pies pero me hacen unos muslos divinos  y una gabardina ligera que me quito y guardo en el bolso cuando llego.

     Lo malo de los días de partido es el quilombo de carros que se monta. Entre tanto carro hay mucho boludo rompe bolas con ganas de joderla. Hay un coche con cuatro chetas dentro que no deja de dar vueltas. Lleva la ventanilla abierta y deja a su paso un olor a porro que marea. No me gustan. Al rato el coche se detiene. El de la ventanilla del copiloto me grita. « ¡Te gusta el futbol, guapa!» Sé que debería picármelas. Mi mano, dentro del bolso busca el spray gas pimienta. Todo sucede tan rápido, que sin darme cuenta ya los tengo encima. «Un travelo que le gusta el futbol, y además Culé!»Un piñazo en la cara, me agarran del pelo que me lo arrancan. «Te vamos a cortar la polla,¡ Maricón».

     El segundo piñazo me manda directamente al piso. Veo que uno agarra una cadena. Los golpes me caen de todos los lados. Cadenazos, patadas. Me hago un cuatro intentando protegerme la cara y  las lolas con los brazos, no quiero que me revienten una prótesis.  Siento el sabor herrumbroso de la sangre en la boca, el sonido de un silbato lejano. Oigo voces y ruido de tacones que se acercan a la carrera. Las puertas del coche se cierran y arranca quemando rueda. Antes de que se me cierren los ojos, antes de que todo se vuelva negro, pienso que la cagué, que otra vez me jodieron bien jodida, Mañana te llamo, Mirna. No sabés como me molieron el cuerpo, vieja, me reventaron la cara a piñazos. Mañana te pego un tubazo, Mirna. Mañana, sin falta te llamo. Mañana, cuando me levante, no más me levanto te llamo…

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