La puerta del cielo

Me gusta mirar la luna llena, me gusta pensar que Julie desde algún lugar de ahí arriba me mira. Quizás desde Venus que es el astro que reluce con más intensidad. Quizás desde esas puntas brillantes que son las estrellas, agujeros de luz procedente de otro mundo. Cuando parpadean me imagino que es Julie, que me manda señales. Me gusta pensar que todo lo ocurrido no fue en vano, que agarrada a la cola del cometa Haley Julie alcanzó  las puertas del cielo.

      Julie, cuanto te echo de menos.

     — ¿Crees que existe vida inteligente en el universo?—Me dijo Julie—Yo creo que es evidente que los extraterrestres estuvieron aquí en el comienzo de todo. Hay tantas evidencias Rose. Dejaron tantas huellas de su paso. El problema es que vieron lo que había y fueron demasiado listos como para quedarse.

     Estábamos en la parte trasera de su jardín, tumbadas sobre una toalla tomando el sol. Yo llevaba un biquini color mostaza y  ella un horrible  bañador de florecitas marrones  y lilas. Mientras yo ojeaba el último número de la revista “Vogue”, Julie leía un libro de Arthur C.Clarke. Le encantaba la literatura de ciencia ficción. Sacaba los libros a escondidas de la biblioteca y los forraba con papel para que su padre no viera lo que estaba leyendo, porque su padre no le dejaba leer » porquerías». No le permitía leer según que libros, ni revistas de moda. No le dejaba usar cosméticos, ni ropa atrevida, no le dejaba ir a fiestas ni salir con chicos, ninguna de las cosas que hacíamos las chicas de su edad. Su padre decía que a ella no se le había perdido nada por ahí, que ahí fuera, cuando el diablo no ponía música era porque estaba bailando.

     Era el verano del 96. Acabábamos de terminar el Bachillerato y con el nuevo curso yo iría a la Universidad de San Diego.Dont speak” de No Doubt  sonaba a todo trapo, así,  la madre de Julie no podía escuchar lo que hablábamos desde la cocina.

     —Oh, Rose. ¿Qué voy a hacer cuando te vayas? —Me soltó Julie cambiando de tema—Me voy a quedar tan sola. No sé si podre soportarlo.

     Le sonreí y le cogí la mano. A mí también me entristecía marcharme y dejarla, pero no podía evitar sentir mariposas en el estómago con solo imaginar todo lo que me esperaba, Una vida nueva llena de promesas y posibilidades mientras que Julie se quedaría aquí en el pueblo, en stand bay,  congelada como la imagen de una fotografía. Julie no estaba bien. No era fácil para Julie vivir bajo el fanatismo de su padre,  pero carecía del valor necesario para rebelarse. El Sr. Bellamy  cortaba de cuajo cualquier posibilidad de que Julie escapara a su control y se negaba a que fuera  a la Universidad.  Algo profundo, algo oscuro y fuertemente arraigado la bloqueaba. Julie tenía un aspecto monjil, de chica de otro tiempo. Siempre incomoda y fuera de lugar allá donde iba.  Yo tenía un grupo de amigos, chicos y chicas con los que salía a divertirme  y tenía a Julie,  pero Julie solo me tenía a mí.

     Los Bellamy eran republicanos conservadores y  pertenecían a la Iglesia Baptista Fundamentalista Julie era su única hija. Todos los domingos, los veía, desde la ventana de mi habitación, salir hacía la iglesia. El Sr. Bellamy con su traje gris y su porte severo. La madre de Julie llevaba un sombrerito y el bolso fuertemente agarrado. Siempre comprobaba, antes de llegar al coche, que todo estuviera en su sitio. Se mojaba los dedos y atusaba con su saliva los pelos rebeldes que se escapaban del pasador con el que Julie los llevaba recogidos. Julie miraba entonces hacia mi ventana y arrugaba ligeramente la nariz con un gesto que me recordaba a un hámster.

     Los Bellamy solo tenían trato con la gente de su comunidad y Julie había crecido atrapada en ese mundo. Yo era la única chica no baptista con la que tenía algún tipo de relación a pesar de la oposición de su padre, Yo tenia miedo del Sr. Bellamy, de su mirada que hacía arder todo lo que rozaba.

En la casa de los Bellamy lo que decía el Sr. Bellamy era ley. Lo que decía la Biblia era ley: la Biblia era la única fuente inerrante, e infalible. Era la Palabra de Dios. Los Bellamy negaban cualquier tipo de evolucionismo: estaban en contra del divorció, en contra del aborto y por supuesto de la homosexualidad. El Sr, Bellamy controlaba a su familia con la crueldad de un patriarca  del antiguo testamento. Controlaba a su esposa y controlaba a Julie y les administraba correcciones si consideraba que se habían desviado del camino. Correcciones  significaba pegarles con la correa. Bastaba que el asado no tuviera al punto, bastaba una camisa mal planchada, descubrir un rastro de carmín en los labios de Julie bastaba para desatar su furia. Recuerdo el día que  encontró un tampax usado en la papelera del cuarto de baño. A Julie se le había adelantado la regla en clase y yo le había dado uno que llevaba en el bolso. Pero para el Sr. Bellamy un tampón era algo pecaminoso y lascivo, tanto como uno de esos consoladores a pilas. Castigaba a Julie y a la Sra. Bellamy con su intransigencia. Cuando era pequeña, Julie me contó que corría a encerrarse en su habitación muerta de miedo. Se aplastaba contra la pared con el cuerpo encogido y las manos en las orejas para no oír nada. Yo la imaginaba allí, bajo el crucifijo que colgaba de la pared y se me ponían los pelos de punta. Me habría gustado creer en Dios, para preguntarle porqué permitía aquello.

     Odiaba ver llorar a Julie. Me destrozaba el corazón ver a la Sra., Bellamy hundida y sin energía, siempre ojerosa, con la amargura marcada en la comisura de la boca. Pero la Sra. Bellamy  siempre encontraba un motivo para justificar los ataques de ira y la violencia de su esposo. Era  culpa suya. Eran ellas las que descuidaban sus obligaciones, las que incumplían las normas, la que fallaban a su marido y  por ende a Dios.

     A pesar de eso, la Sra., Bellamy se alegraba de que Julie tuviera una amiga a la que llevar a casa. Nos cubría porque adoraba a Julie y le gustaba verla feliz. Disfrutaba con nuestros gritos, con las risas y el alboroto que formábamos en la habitación mientras escuchábamos música. Nos preparaba limonada y veíamos StarTrek  en la tele con una bolsa de patatas fritas en las rodillas. La casa se llenaba de los sonidos de una casa viva, de una casa normal que se petrificaba  en el momento que escuchábamos el sonido del motor del coche del Sr. Bellamy entrando en el garaje. Entonces, yo salía corriendo por la puerta trasera de la cocina y saltaba los setos del jardín que separaba nuestras casas sin que me viera. Para el padre de Julie, yo era la puerta por la que podía colarse el demonio, una impía que recibiría mi justo castigo el día del juicio final.

     Julie y yo éramos amigas desde el parvulario. Mi madre ayudó a la Sra.Bellamy a traerla  al mundo junto a los macizos de flores de la parte delantera de jardín de los Bellamy. Las contracciones se presentaron tan de repente que no les dio tiempo ni de llegar al coche antes de romper aguas. Mi madre me contó  que me estaba amamantando cuando escuchó los gritos y  alaridos de la Sra. Bellamy y se asomó a ver que ocurría. La ayudó como pudo mientras el Sr. Bellamy  llamaba al servicio de urgencias y mientras esperaba la llegaba de la ambulancia, se puso a rezar y a dar vueltas nervioso, alrededor de los parterres, sin saber qué hacer.

     «Ese hombre es odioso, decía mi madre. Es tóxico. Derrama veneno allá por donde pasa»

     Julie era como una niña grande  sin amigos, una chica que no encajaba. Así la veía yo. Me habría gustado poder ayudarla, pero no sabía cómo. Julie estaba perdida, aplastada por su padre, por la comunidad puritana y rancia de la Iglesia. Estaba tan perdida…

     En septiembre me fui a San Diego. Yo era alegre y vital, una chica, entusiasta y tranquila. Me adapte enseguida a la vida universitaria. Me gustaba todo: las clases, la cafetería, las fiestas y hasta los exámenes. Y me gustaba Dave, el hermano de mi compañera de cuarto Amy Williams. Me gustaba muchísimo Dave Williams. Quizás eso hizo que descuidara durante un tiempo a Julie. Cuando volví a casa, pasado ya  Acción de Gracias y un poco antes de Navidad, la encontré realmente cambiada, una transformación increíble. Su cara era otra. Los músculos faciales estaban tensos y había desaparecido la flaccidez. También el rictus de amargura de la boca, y el ceño preocupado de la frente. Estaba guapa. Incluso su pelo se había vuelto  sedoso y brillante. Su cuerpo parecía tonificado y elástico, como si se hubiera estado machacando en el gimnasio.

     Había empezado a estudiar programación y diseño de páginas web. Julie era de lejos la mejor en Informática de la clase. Ir a una nueva escuela, le había abierto la mente y hecho tomar consciencia de ella misma. Los miedos, me dijo, solo estaban en su cabeza. Ha sido como ir superando un reto día a día. Estoy tan feliz, Rose. No me acabo de creer que esto este pasándome.a mí. Existo y el mundo no deja de mandarme señales para recordarmelo. Están en los libros, en la música que escucho, en las películas… Es una sensación tan increíble… Me gusto, Rose, por primera vez en mi vida me gusto, Me reconozco cuando me miro al espejo y me gusta lo que veo. A veces pienso que me voy a despertar y voy a descubrir que ha sido solo un sueño. Y no podría soportarlo, Rose, no podría.

     Su mente era lúcida y perceptiva. Era Julie, pero era otra Julie. La música, cierta música la sumía en un estado casi de trance, sentía como sus chacras se abrían, vivía una  espiritualidad que nada tenía que ver con la religión sino con la consciencia de ser, con su propia armonía. Julie estaba dentro de una burbuja de pura efervescencia que la había hecho  olvidarse de todas sus heridas. La pregunta era si aquella burbuja sería lo suficiente consistente para resistir.

     Estábamos en mi jardín. Habíamos bebido un poco y la noche era clara y fría. Una luna creciente, casi plena, coronaba nuestras cabezas.  Sonaba un disco de Santana y Julie miraba el cielo arrebujada en su chaqueta de lana.

—Has visto la luna. ¡Fíjate, tiene mi cara!

Yo me reí. —Has bebido demasiado Julie. Estás flipando…

Pero cuando la miré, me di cuenta que lo decía convencida. Lo creía, lo creía de verdad. Veía su rostro dibujado en la orografía de sombras y cráteres de la luna.

     Un escalofrío y la noche se convirtió de repente en un lastre que ahora sé que cargaré sobre mis hombros durante toda mi vida. Sentí miedo, un miedo que en aquel momento no pude identificar.

     —Oh, Julie, —acerté a decir— ten mucho cuidado. El mundo es cruel, la gente es cruel. No permitas que nadie te haga daño.

     —He conocido a alguien, – me dijo ella— pero aún es pronto para que pueda hablar de eso.

     Más tarde, me di cuenta que en ningún momento, durante aquellos días, Julie había mencionado a sus padres ni yo le había preguntado por ellos. Tendría que haberme dado cuenta de que algo no iba bien. En aquel momento no lo supe ver.  

     El día 19 de marzo recibí una carta de Julie.

Querida Rose

      Sé que te va a resultar extraña esta carta y todo  lo que viene a continuación. He decidido contártelo por escrito porque no tengo la fortaleza necesaria para hacerlo cara a cara, pero sobre todo, porque quizás ya no me quede tiempo.

     Una vez leí un libro sobre la vida de Siddhārtha Gautama  Según la tradición sakia, la reina Maya debía dar a luz en el reino de su padre, así que cuando se acercaba el día de la concepción dejó Kapilavastu. Sin embargo estaba dicho que su hijo nacería en un jardín en el camino entre Kapilavastu y Lumbini, bajo un árbol sala, en el plenilunio del mes de mayo. Yo también nací en el mes de mayo, durante el plenilunio en Tauro; nací bajo un magnolio en el jardín de mi casa, Empecé a fantasear con la idea de que, en realidad, yo era la reencarnación de Buda. Pensarás que estoy loca, pero veía  señales, era algo premonitorio. En realidad, lo creía pero no lo creía. Eso me hizo pensar mucho, preguntarme muchas cosas  para las que no tenía respuesta. Pensé que, quizás, nuestro cuerpo era solo una carcasa, una especie de recipiente donde habita nuestra alma en evolución hacia un nivel superior y cuando lo alcanzas, ese cuerpo, esa carcasa ya no es útil y entonces mueres, pero en realidad no mueres, sino que te conviertes en otra cosa, cambias de ciclo hasta que, finalmente, consigues que tu alma se encuentre con su cuerpo definitivo y  entonces eres libre.  Toda mi vida me he sentido mal, Rose Toda mi vida he vivido bajo el yugo de una doctrina en la que no creía, sin saber quién era. Nunca he podido elegir. He estado ciega, Rose. Miraba sin ver, siempre hacía el lugar equivocado. Cuando te marchaste me levantaba con ganas de vomitar por el solo hecho de estar viva. Me sentí tan sola, tan vacía…

     Sentía que me ahogaba. No había espacio en mi para vivir, para soportar el dolor. Necesitaba escapar, abrir una grieta y desprenderme de mi emvoltorio, como lo haría una oruga  cuando se convierte en mariposa Tú ya no estabas, Rose. Te habías ido, había perdido todo lo que me importaba  y no dejaba de doler y no había bálsamo para ese dolor hasta que encontré a Do. Do supo romper mis resistencias y tocar mi yo, Cuando entró en mi vida fue como  abrir una cortina y todo lo que había de mi dejó de tener importancia, gran parte de ese dolor desapareció. Si un ojo te molesta, me dijo Do, sácatelo. Do me enseñó  a ver. Tiene la respuesta para todas mis preguntas. Do me habla y todo lo roto, lo vulnerable y doloroso que hay en mí, se esfuma y desaparece.

     Yo no soy de este mundo, Rose. Pertenezco a otro lugar y es hora de que abandone mí cuerpo- prisión y suba hacía la luz. Somos parte de un experimento fallido. La Tierra, que tenía que ser un paraíso, se ha convertido en  un jardín lleno de maleza que necesita ser reciclado o rectificado Do está ahí,  estamos unidos por una cuerda invisible. Me  liberó de todos mis miedos Está ahí, me observa, me sostiene y me guía. Es real. No una idea o una creencia. El está ahí y somos lo mismo, él me ha hecho ver lo que soy  y eso lo cambia todo,

     He alcanzado la fe para hacer posible mi transformación. Me he despojado de todo lo mundano y ahora, me toca lo más doloroso. Tenemos que despedirnos Rose. Tú has sido la única persona que se ha interesado por mí, por eso no quiero que llores, Rose, ni que te sientas culpable. Dejo mi cuerpo para reemplazarlo por un alma nueva .Soy un rayo de luz, vuelvo a casa. A mi autentica casa. Cuando mires el cielo piensa en mí. Observa el paso del cometa Haley y dime adiós pero no me olvides.

     Llamé a casa de Julie. Se puso su padre al teléfono y me gritó, me dijo que no quería saber nada de mí, que Julie ya no era su hija, que no volviera a llamar. Yo, que nunca había rezado, aquel día, me arrodille y lo hice. Se me ocurrió que si conseguía formular la oración adecuada, tal vez  podría cambiar los acontecimientos que se avecinaban. Pero no fue así.

The San Diego Unión-Tribune  27 de Marzo de 1997

INMOLACIÓN EN CALIFORNIA

Los 39 suicidas de la secta daban culto a Internet y a los  extraterrestres

By Ruth L. McKinnie redactora.

 Eran milenaristas,les apasionaba viajar con sus ordenadores a través del ciberespacio,  y estaban obsesionados por la higiene. Vivían en uno de los rincones más lujosos del planeta: la urbanización Rancho Santa Fe, al norte de San Diego. Eran los adoradores de la Más Alta Fuente, y 39 de ellos fueron hallados muertos en lo que constituye el mayor suicidio colectivo de la historia reciente de EE UU.

Agentes del sheriff de San Diego efectuaron el macabro hallazgo en la tarde  del miércoles.  Una llamada anónima alertó de que se había producido un suicidio masivo.

Parecía que dormían: sus cuerpos estaban apaciblemente acostados en camas plegables y literas y no presentaban la menor señal externa de violencia. Vestían de modo semejante: pantalones, camisas sin cuello y zapatillas de deporte Nike, todo de color negro. Llevaban los rostros y pechos cubiertos con sudarios triangulares de color púrpura. No había sangre, no había marcas en los cadáveres, no había notas explicativas; ni tan siquiera, parafernalia religiosa, a no ser que se considere como tal los equipos informáticos que ocupaban varias habitaciones

 «Ninguno tenía heridas de bala o de cuchillo». Alan Fulmer, sheriff del condado de San Diego ha explicado que el fuerte olor que encontraron sus agentes les hizo pensar en un primer momento que algún gas había provocado las muertes, pero que pronto descubrieron que se trataba de la descomposición de los cadáveres. El forense encargado del caso, el doctor Brian Blackbourne, ha  revelado que la muerte pudo producirse por la ingesta de alcohol mezclado con grandes dosis de  fenobarbital  Según Blackbourne, el suicidio podría haberse cometido en tres etapas: mientras algunos de ellos llevaban muertos tres días, otros presentaban signos de fallecimiento de 24 horas.

 Poco se sabe acerca del grupo y sus componentes. Habían alquilado la casa el pasado octubre por entre 10.000 y 20.000 dólares al mes a Sam Koutchesfahani, un hombre de negocios que, en un caso que no parece tener relación con este suceso, se declaró culpable en 1996 de fraude y evasión de impuestos. Es una residencia de estilo mediterráneo español, con los muros pintados de colores cremosos, techos con tejas rojas y palmeras alrededor. Tiene nueve dormitorios, siete cuartos de baño, una piscina, una pista de tenis y un jardín.

La casa era la base de WWW Higher Source (la Más Alta Fuente del World Wide Web, el principal componente de Internet). En apariencia, Higher Source era un negocio dedicado a diseñar páginas (web sites) para empresas californianas que deseaban estar presentes en Internet. Sus componentes eran programadores de ordenadores.

 Varios clientes de Higher Source han descrito a los ocupantes de la casa como jóvenes con aspecto de pertenecer a una secta, pero buenos negociantes y eficaces profesionalmente. Tom Goodspeed ha contado que WWW Higher Source diseñó un web site para el club de polo de San Diego que él preside. Goodspeed visitó la casa y encontró que sus habitantes eran «gente silenciosa, con cortes de pelo a cepillo y casi uniformados con ropas negras. Tenían un aspecto algo extraño, pero también todo el aire de sentarse delante de un ordenador y saber lo que estaban haciendo. Hicieron un trabajo estupendo para nuestro club».

 Según Goodspeed y otros clientes, los jóvenes parecían obedecer a un hombre de más edad al que se dirigían como padre John o simplemente Do. Un tal hermano Logan parecía el segundo de a bordo. Todos eran muy limpios y austeros. Decían no fumar, no beber alcohol, practicar el celibato y dormir en literas.

 Bill Grivas, un vecino, ha contado que, hace unas semanas, se acercó a la casa para ver si estaba en venta y que escuchó cómo sus ocupantes se calificaban de «monjes». «Me pareció entender», ha dicho Grivas, «que se consideraban ángeles de la informática».

Un hombre de negocios de Beverly Hills ha informado, hace apenas unas horas, que uno de sus empleados, antiguo compañero de los fallecidos, había recibido dos vídeos en los que éstos se despedían y le explicaban sus razones. Unas razones muy inquietantes: el grupo creía llegado el momento de «despojarse» de sus «contenedores» (sus cuerpos) para acudir a una cita con una nave extraterrestre que, aseguraba, está viajando tras la cola del cometa Hale-Bopp.

La página en Internet Heaven`s Gate, la Puerta del Cielo ,bloqueada a ratos por el exceso de gente que se quiere conectar, será sin duda utilizada como «prueba» de que Internet es perjudicial, pero los expertos advierten que esa deducción es injusta. Como declara Karen Coyle, de la organización Usuarios de Ordenador por la Responsabilidad Social, «no se puede culpar a Internet, igual que no se puede culpar al cometa».

Las yemas granates despuntando bajo la corteza de los cerezos

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− ¿Ha tenido buen viaje, señor Zander?

−Un vuelo sin incidencias, gracias. Lo complicado fue llegar hasta aquí. Resulta difícil orientarse con tanta numeración americana, inglesa, china… Encontrar el edificio ha sido una odisea y luego está el lio de las plantas; el cuarto piso se convierte en el tercero, el tercero en el cuarto. Si no hubiera sido por un vecino, aún estaría dando vueltas buscando su apartamento.

−Hong Kong es una ciudad caótica, señor Zander. La mejor del mundo si lo que buscas es esconderte o pasar desapercibido.

Ikari Izumi (no es su verdadero nombre) me sonríe enmarcada por el contraluz de la ventana. A su espalda, el azul plomizo del atardecer flota suspendido sobre el puente de Kowloon. Viste un pantalón negro y jersey del mismo color de cuello vuelto. Lleva el cabello recogido, de manera que parece descuidada, en una especie de moño deshecho. Es menuda y frágil como una porcelana. Esa es la impresión que da a primera vista.

−Siéntese señor Zander. ¿Le apetece un té, algo más fuerte quizás…?

−Un té está bien, gracias.

−Con su permiso yo tomaré un poco de Whisky. No suelo beber, pero creo que me vendrá bien un trago.

Me arrepiento en el acto. Debería haber pedido un whisky también.

El 6 de julio de 2018, fue ejecutado en la horca Shoko Asahara, líder de la secta Aum Shinrikyo, La Verdad Suprema. Asahara fue el máximo responsable de los ataques con gas sarín perpetrados en el metro de Tokio, en marzo de 1995, que costaron la vida de 13 personas y causaron diversas lesiones, algunas irreversibles, a otras 6.300. La revista para la que trabajo me encargó que escribiera un artículo sobre las experiencias de alguien que hubiera estado en Aum en aquella época. No me fue fácil contactar con Ikari Izumi y mucho menos convencerla para que hablara. Ahora estoy aquí, sentado en su salón, aguardando que vuelva con un té de la cocina y poder empezar con la entrevista.

Cuando regresa con las bebidas, se sienta y me mira. Espera.

− ¿Le importa que grabe?− le digo.

−No, hágalo. Pero le ruego que en ningún caso mencione mi nombre. Escriba solo lo que le cuente y por favor, no me juzgue. Prometo contarle toda mi verdad. ¿Me invita a un cigarrillo? Hace años que no fumo. Ya ve usted, hace ya años de todo.

Le doy un cigarrillo. La llama del mechero hace que sus ojos refuljan incandescentes, como si fueran dos ascuas. Da una honda calada y al expulsar el humo, una cortina densa se interpone entre los dos.

−Cuando usted quiera−me dice−estoy preparada…

     

   Hábleme de su familia. ¿Cómo fue su infancia?

No conocí a mi padre y de mi madre apenas conservo un vago recuerdo. Me abandonó, a los cinco años, en un orfanato católico del barrio de Meguro. Allí me crié. Jamás he vuelto a saber nada de ella. −Fui una niña traumatizada y resentida, señor Zander− Mis primeros años no debieron ser fáciles y el orfanato tampoco ayudó. Recuerdo que pasé algunas temporadas con familias de acogida. Algo debía fallar en mí porque siempre acababan devolviéndome. Veía como los niños más pequeños se iban de la mano con sus padres adoptivos y yo seguía allí, repudiada como si fuera tóxica. Eso me marcó profundamente. Al final, fueron las monjas las que se ocuparon de mi educación. −No sabe como odiaba aquel sitio.− El sentimiento del rechazo me había creado un denso poso de resentimiento. Odiaba el olor a lejía de mis manos, la limpieza obsesiva, la opresión silenciosa y carcelaria de aquellas paredes. Era un ambiente casi militar, frio y disciplinado. Para algunas monjas los niños éramos incordios que las desviábamos de su verdadera vocación. Guardaban todo el amor, toda la piedad para ese Dios suyo. El día que me escapé de allí, mi corazón era como una pasa reseca. Tokio era una jungla y yo estaba sola.− ¿Sabe usted lo que es eso?

¿No creía usted en Dios? ¿No era religiosa?

En aquella época no creía en nada. Me habían criado en la fe católica pero no le encontraba el sentido. Mi relación con Jesucristo no había sido buena…

¿Debió ser muy duro empezar de cero?

Pasé semanas deambulando por los alrededores del mercado de Tsukiji. Algunos vendedores me daban comida y algunos turistas dinero. Dependiendo del grado de generosidad de la gente, dormía bajo techo o pasaba la noche acurrucada en un banco de la estación de Shimbashi, esperando a que se hiciera de día. No me atrevía a cerrar los ojos. No me atrevía a dormir… − ¿Sabe? Mis ojos han visto cosas que ojalá usted nunca vea.

   ¿Cómo logró salir de la calle?        

Un día Mamasan se bajó del tren. Cuando me vio acurrucada en el banco, se acercó como un tigre que huele a su presa. « Kohana» me dijo, levantándome la barbilla y obligándome a mirarla. « ¿Qué haces aquí marchitándote?» Me sedujo con su sonrisa y sus palabras amables y me llevó con ella. Mamasan tenía un negocio en Kabukichu, un pequeño local en una calle estrecha, encima de unos billares y de una casa de apuestas. Era lo que hoy se llamaría un Maid café, un café de doncellas, con la peculiaridad de que en las habitaciones traseras se jugaba a algo menos inocente que el moe moe jankan.

   ¿La obligaron a ejercer la prostitución?

Estaba abocada a ello. − ¿Acaso existía otra salida?− Nunca me gustó ese juego. Me hacía sentir sucia. Si eras buena y obediente, Mamasan era buena contigo, pero más valía no hacerla enfadar, porque entonces se convertía en un dragón que echaba fuego por la boca. Con mis compañeras apenas me relacionaba. Solo le interesaban los hombres, la ropa y donde estaban los mejores karaokes… No las entendía. Pensaban que yo era un bicho raro y me dejaron de lado.

   ¿Cuánto tiempo trabajó para Mamasan? ¿Qué hizo después?

Estuve casi dos años. Intentaba ahorrar todo lo que podía porque planeaba estudiar secretariado y convertirme en una buena chica (Risas). Allí conocí al señor Tanaka. Al principio venía a jugar conmigo dos o tres veces al mes. Era una persona pulcra y educada, nos entendíamos bien. Había enviudado recientemente y tenía un hijo que no le daba más que disgustos. El sexo no le interesaba demasiado, para él era más importante hablar con alguien y desahogarse. El señor Tanaka tenía una librería en Shinjuku y siempre me traía algún libro y me animaba a leerlo. Descubrí que la lectura me ayudaba a evadirme. Aquellas historias me hacían soñar con otra realidad, desataban mi imaginación y mi fantasía. Cuando le conté al señor Tanaka mis proyectos, decidió ayudarme y me ofreció un trabajo a tiempo parcial en su negocio. No me lo pensé.

   ¿Sería liberador para usted salir de aquel mundo?

Sabía que la vida me estaba ofreciendo una oportunidad. El señor Tanaka me ayudó a encontrar un pequeño estudio. Empecé a trabajar en la librería y por las noches iba a una academia. Pasé semanas quitando el polvo de los estantes e intentando ordenar aquel caos de libros. Restituí las bombillas fundidas, saqué brillo a los suelos. La tienda, limpia e iluminada, resultaba acogedora, prometedora con los libros bien expuestos y ordenados. El señor Tanaka estaba contento. Cada vez entraban más clientes y eso se notaba en la caja al final del día.

   ¿Se adaptó bien a su nueva vida?

Trabajaba y estudiaba, pero era incapaz de hacer amigos. Había algo, un bloqueo, que me impedía relacionarme con normalidad. No estaba segura de cómo moverme, de la forma de actuar. Pensaba que todos notaban la incomodidad y la rigidez que había en mí. Era como si todo el mundo estuviera evaluándome constantemente y me encontraran deficiente. Eso me inquietaba mucho. Luego pasó lo del espejo. Fue una experiencia tan vivida, que me sumió en un estado casi depresivo.

   ¿Qué pasó con el espejo, señora Izumi?

Aquel día me encontraba realmente mal. Sentía que me ahogaba. No era pesar, era como si me faltara algo. Estaba en casa con todas las luces apagadas llorando bajito. Mi llanto era casi una letanía liberadora, como cuando rezaba el rosario con las monjas y, arropada en el murmullo de las voces, me sumía en una especie de trance. Cuando me miré en el espejo, mis ojos brillaban con una intensidad desconocida. Quedé prisionera de mi imagen. No era yo quien miraba, era la imagen del espejo la que me miraba a mí. Aquellos ojos tenían una profundidad abismal y perversa, como si toda la maldad del mundo se concentrara en ellos. Sentí que perdía contacto con la realidad, que entraba en otra dimensión y me desdoblaba en dos. Fue una experiencia durísima.

   ¿Y qué hizo?

Me sentí perdida. No sabía quién era. Recuerdo que pasé días en los que simplemente me quedaba mirando la taza de té humeante o las manchas de humedad de la pared. Era incapaz de hacer nada. Dejé de ir a trabajar. No soportaba ver a nadie. Mantenía una lucha emocional tan intensa que me dejaba exhausta.

     ¿No pensó en buscar ayuda médica?

No pensaba que estuviera enferma. Desconocía que existían médicos que trataban ese tipo de trastornos. Intenté encontrar respuesta en los libros. En esa época leí “Más allá de la vida y de la muerte” de Shōkō Asahara. No entendí bien los conceptos. Mi desconocimiento de lo que hablaba era total pero me proporcionó cierto consuelo. Sentí que me identificada con muchas de aquellas cosas que decía.

   ¿Qué pasó después?

Luego, todo se complicó. El señor Tanaka sufrió un ictus y su hijo se hizo cargo del negocio. Acababa de separarse. En lugar de entristecerse por el fracaso de su matrimonio, se comportaba como un joven inmaduro. Llegaba tarde a abrir la tienda, la mayoría de las veces venia sin dormir, apestando a alcohol y tabaco, en un estado lamentable. Era grosero y maleducado y tenía una mirada sucia. Me hacía sentir muy incómoda, incluso llegué a temerle. Luego pensé que sería como los osos. Si notan que tienes miedo atacan pero si haces como que no existen, te dejan en paz. Al final, el también me ignoró. En realidad lo único que le interesaba era el dinero de la caja.

La enfermedad del señor Tanaka fue un duro golpe y la aparición de su hijo contribuyó a desestabilizarme más de lo que estaba.

¿Le gustan los animales? Veo que es el tercer o cuarto símil que utiliza.

Me fascinaban los gatos, aunque nunca he tenido la necesidad de tener uno propio. En el orfanato había muchos. Saltaban por la tapia del patio y se escondían entre los parterres y las macetas. Algunos se restregaban contra mis piernas y me dejaban que les acariciara el lomo, que les rascara detrás de la oreja. Eran muy independientes y yo envidiaba ese carácter. Me entendía mejor con ellos que con las personas. −Me gustan los animales, señor Zander, son como son. Se guían por el instinto y no le dan más vueltas.

     Y el amor. ¿No se enamoró? ¿No soñaba con conocer a alguien…?

Nunca me había enamorado. Pensaba que eso no era para mí. Había visto a las chicas de Mamasan desquiciadas por culpa de los hombres. Había visto como sufrían y se peleaban. Pensé que era el amor lo que las volvía egoístas, estúpidas y crueles. Aquellas chicas estaban sometidas a los deseos de sus novios y yo anhelaba otra cosa. No, el amor no me interesaba hasta que conocí a Takhesi.

 

Hábleme de él ¿Cómo le conoció?

Fue un día frio y nuboso de finales de marzo, en el parque Shinjuku. −Lo recuerdo como si fuera hoy− Aquel año la primavera se retrasaba. Estaba sentada en un banco, con los ojos hinchados por el llanto— pensará usted que soy una llorona− cuando lo vi, junto al estanque, observando los peces. Allí parado, con las manos dentro de los bolsillos del gabán, parecía un hermoso pájaro azul (risas) con el cuello largo y la nariz ganchuda. Ahora sé que fueron nuestras Ondas Alfa las que conectaron, como si fueran los dos polos opuestos de un imán. Cuando me miró, sentí como una sacudida, mi corazón se aceleró y, avergonzada, bajé la vista y me sequé las lágrimas con los puños del jersey. Por el rabillo del ojo lo vi acercarse y sentarse a mi lado. «Mira esos cerezos» me dijo. «Fíjate como las yemas granates despuntan bajo la corteza». Sus palabras me trasmitieron paz, me sosegaron. «No estés triste» me dijo, y me acarició la mejilla húmeda.

Empezamos a hablar y fue como si lo conociera de siempre. Nunca me había pasado nada igual. Takhesi me dijo que hay gente que sufre y enferma por culpa de su vida. Dijo que sentir dolor era señal de una espiritualidad inmadura, que en lugar de martirizarme, lo más inteligente − lo más virtuoso, fueron las palabras que utilizó − era ahondar en la realidad que provocaba ese dolor y estudiar la manera de afrontarlo.

Comenzamos a vernos. Algunas tardes aparecía por la librería o me esperaba a la salida de la academia. Paseábamos, hablábamos… Confiaba en él, podía contarle cualquier cosa sin temor a que se riera de mí, a que me juzgara o pensara que estaba loca.

   ¿Albergaba algún tipo de sentimientos hacia él?

Sí, de pronto descubrí que estaba enamorada. Takhesi se adueñó de mi mente. Pensaba en él a todas horas. A veces me sorprendía la sonrisa bobalicona que me devolvía mi reflejo en el cristal de algún escaparate, pero él me trataba solo como a una amiga, como a una hermana pequeña. El amor me sumió en un estado de ansiedad desconcertante. Era algo nuevo, desconocido… Me costaba contener el torbellino de sensaciones de mi cabeza. Intentaba disimular, convencida como estaba que Takhesi tenía la habilidad de leerme el pensamiento. Por las tardes, cuando salía de mis clases tenía que reprimirme para no corre hacia él como lo haría un perrillo contento. (Risas)

El amor me volvió egoísta. Quería más, quería ser parte de la vida de Takhesi. Sentía celos de todo lo que yo no compartía… Takhei era muy introvertido. No le gustaba hablar de sí mismo. Apenas hablaba de su trabajo, no conocía a sus amigos, no sabía que hacia cuando no estaba yo. Al principio no preguntaba. Respetaba su decisión. Era como si existieran dos mundos y yo solo habitara en uno de ellos. Pero a veces descubría a Takhesi mirándome y comencé a interpretar sus miradas. Yo también podía leer su mente. Supe que me amaba. Que me amaba de ese manera, pausada y silenciosa, con que aman las personas tímidas. Fui yo la que dio el primer paso.

¿Se convirtieron en amantes?

Sí, aunque Takhesi se resistía a mantener una relación. Rechazaba cualquier tipo de apego. Decía que el deseo incontrolable por el sexo, por los objetos, la avidez por la comida, hacía sufrir a las personas. Tenía una peculiar visión de las cosas. Creía que los gobiernos utilizaban los medios de comunicación para esclavizarnos con sus mensajes subliminales. Que la industria nos envenenaba con los vertidos inoculados en el aire y en los depósitos de agua. Que la sociedad putrefacta en la que vivíamos nos anulaba como personas.

El también había pasado por momentos muy duros…

   ¿Cómo era la relación de Takhesi con su familia?

Apenas se relacionaba con ellos. Era el único hijo en una familia de mujeres, una familia rígida, extremadamente conservadora. El padre daba por hecho que, a su debido tiempo, Takhesi se haría cargo de la dirección de la empresa. Pero él no estaba dispuesto a pasarse la vida en un despacho comprando divisas y comerciando con ellas, cambiándolas una y otra vez, hasta que solo quedara el beneficio puro. Tenía otros planes. Le atraía el mundo de la ciencia y quería dedicarse a la investigación. Su madre nunca le apoyó ni intentó comprenderlo. Era una mujer sumisa que preparaba la sopa de miso y se afanaba por conseguir un matrimonio ventajoso para sus hijas. Los enfrentamientos con el padre hicieron que acabara distanciándose de la familia. Empezó a estudiar Bioquímica en la Universidad pero nunca llegó a acabar la carrera. En el último año, sufrió una crisis de identidad y una depresión lacerante que le llevaron al borde del suicidio. Pasó años desayunando y cenando Prozac, flotando en una bruma química. Durante ese proceso se sintió abandonado e incomprendido. Sintió que todos miraban para otro lado.  

   ¿Fue entonces cuando contacto con Aum?

Si, un profesor de la Universidad lo puso en contacto con Shoko Asahara. –Creo que fue a principios de 1992 − Empezó a asistir a clases de yoga en un centro de Aum. Aquellas sesiones le ayudaron a reducir el estrés sicológico y alivió su dolor. Pensó que a través de la espiritualidad lograría curarse y que encontraría respuesta a todas sus preguntas. Luego se apuntó a las sesiones de Secret yoga que impartía el propio Asahara. El lider mostró interés por Takhesi, por sus estudios y le aconsejó que se hiciera monje. El día que le conocí, ese era el pensamiento que rondaba su cabeza mientras miraba a los peces. Dudaba, creía que podría ser un fin, pero aún no se sentía preparado.

   ¿Se sintió usted atraída por esa filosofía?

Al principio dudé. Mientras Takhesi pasaba por diversas iniciaciones, me convenció para que asistiera a un centro de Aum. Yo no le veía valor a aquello. Hacía ejercicios de respiración, de meditación, leía los libros y escuchaba cassettes con las enseñanzas de Shoko y repetía los mantras hasta que se metían en mi cabeza. Poco a poco empecé a notar algunos cambios positivos, a sentirme mejor. Me di cuenta de lo pasajero que era todo, que nada dura para siempre y el sufrimiento que causa esta transitoriedad.

   ¿Llegó a conocer a Asahara?

Sí, ocurrió en una clase de Secret yoga. Fue amable conmigo. Apenas hablaba pero daba la sensación de que conocía muchas cosas de ti, lograba que confiaras en él. Recuerdo que habló del yo, de la necesidad de aislarlo para que no se contamine, de la necesidad de cambiar nuestro karma. Luego dijo: «Cerrad los ojos y dejad que vuestro cerebro se electrice y se limpie.» Ocurrió algo que transcendió lo físico. Mi resistencia se volvió líquida, sentí que mis miedos y bloqueos se escurrían, como si fueran agua, por entre los tablones del suelo. Algo nuevo y tranquilizador comenzó a brotar en mí.

   ¿Pensaron en la posibilidad de dedicar su vida a Aum?

Nunca hicimos los votos. Podíamos desprendernos de todos los apegos pero era imposible renunciar a lo que había entre nosotros. Ese fue el motivo de que no dejáramos la vida secular y nos hiciéramos monjes.

Comenzamos a vivir juntos y entonces, en enero de 1993, falleció el padre de Takhesi. Fue algo inesperado porque no estaba enfermo. Simplemente su corazón se paró mientras dormía. El marido de su hermana se hizo cargo de la empresa y le compraron su parte. De repente teníamos mucho dinero. Takhesi abrió una cuenta a nombre de los dos en el Michinoku Bank y depositó una cantidad importante. Luego hizo una donación a Aum, y a pesar de ser laico, Asahara le nombró maestro. Takhesi entró a formar parte de su grupo de confianza, de la élite. Comenzó a trabajar a tiempo completo en el Ministerio de Ciencia y Tecnología de Aum. Estaba feliz, por fin podía dedicarse a la investigación, podía poner su capacidad técnica al servicio de un fin más transcendental.

   ¿Y a usted, de qué manera le afectó?

Mi relación con el hijo de señor Tanaka no había hecho más que empeorar. Takhesi me animó a dejar el trabajo en la librería y a avanzar en mi aprendizaje. Comencé a frecuentar el Dojo de Aum en el barrio de Setagaya. Era un lugar muy sencillo y espartano. Me sentaba y escuchaba las prédicas y los sermones, y me impregnaba de la fuerza que transmitían. También doblaba y repartía folletos. Me gustaba hacerlo y con ello acumulaba méritos para recibir energía directamente del gurú.

¿Es cierto que se usaban drogas como parte de ese aprendizaje? ¿Llegó usted a tomarlas?

Nunca. Había algunas iniciaciones bastante duras donde sí que se usaban. Creo que era LSD. Alguien que lo había hecho me contó que dejabas de sentir el cuerpo, solo existía tu mente. Te encontrabas cara a cara con tu subconsciente más profundo. Te sentías inerte, como debe de sentirse uno cuando se muere. Las iniciados en esa práctica llamaban la atención porque parecían todos enfermos, carecían de expresión, algunos no respondían a estímulos pero se tenía la idea de que mientras uno avanzaba en su espiritualidad ninguna otra cosa importaba.

Recuerdo que corrieron rumores de que había muerto gente por eso. Pero los rumores en Aum no pasaban de rumores. No había forma de confirmarlos.

¿El contacto con la élite transformó a Takahesi?

A mediados de 1993, los sermones se volvieron más radicales y violentos. El Budismo Vajrayana es muy diferente a los demás. Entonces solo lo practicaban aquellos que habían conseguido un estadio muy elevado. Con esas prácticas Takhesi empezó a cambiar. Miraba a la gente por encima del hombro, como si fueran seres inferiores y eso no me gustaba y se lo dije. Se le veía muy estresado y nervioso. Apenas comía, su cuerpo empezó a resentirse y adquirió un aspecto enfermizo. Lo achaqué al trabajo. En Aum la gente trabajaba duro, pero lo hacían sin orden, improvisando sobre la marcha y la mayoría de lo conseguido no servía para nada. Takhesi empezó a obsesionarse con la idea del fin del mundo, del Armagedón. Su visión apocalíptica le hacía ver conspiraciones y amenazas por todas partes. La destrucción es el principio con el que opera el universo y él creía que era necesario destruir para volver a construir la nueva paz, la nueva tierra y que los medios no importaban.

¿Y usted, le daba crédito a todo eso?

Cuando dejas de creer en la realidad que pisas te creas una realidad personal.

Recuerde lo que pasó antes de la llegada del Millenium. La gente estuvo dispuesta a creer en cualquier cosa, en las profecías de Nostre Damus, en un ataque de los masones, en lo que fuera. Todas las religiones contemplan una visión apocalíptica del fin del mundo. La humanidad cree en ese destino con un temor inconsciente y secreto. Nos aterra la incerteza del futuro. La idea del fin era uno de los ejes de las enseñanzas de Aum. Pero no, no era nada que me quitara el sueño.

   ¿Acabó radicalizándose Takhesi?

Sí, lo hizo. A veces captaba un atisbo de locura en sus ojos. Estaba obsesionado con la idea de la destrucción. «Después de un apocalipsis, me dijo, se produce un efecto de purga, de purificación. Si destruyendo a las personas, las elevas, esas personas serán más felices de lo que serían en esta vida.» No fui capaz de calibrar el verdadero alcance de aquellas palabras. Takhesi había dejado de escucharme. Estaba cada vez más preocupada.

En aquel entonces, trabajaba en el Saytan número 7. Investigaba superconductores, partículas atómicas y demás. Más tarde me enteré que era la planta del gas sarín.

     ¿No llegó a sospechar nada de lo que se estaba preparando?

Ni se me pasó por la cabeza. Era algo impensable para mí. Desconocía la autentica finalidad del trabajo de Takhesi, aunque lamentablemente no tardaría mucho en enterarme.

   Cuénteme que pasó.

La noche que ocurrió el accidente en la tercera planta del Saytan número 7, todas las personas que se encontraban allí entraron en pánico. Las máquinas de limpieza Cosmo, que filtraban el aire para proteger de posibles escapes tóxicos, no funcionaron. Tampoco nadie se acordó de las inyecciones de sulfato de atropina que se guardaban para usar al menor síntoma de envenenamiento. Dejaron solo a Takhesi retorciéndose en el suelo y echando espuma por la boca. Hideo Murai, que era el Ministro de Ciencia y Tecnología, vino a verme y me contó lo ocurrido. Me dijo que Takhesi había completado su ciclo.− ¿Puede usted creerlo?− Me dijo que sería recordado como un héroe, como un heraldo de la nueva era que se avecinaba. Apenas podía dar crédito. Lo miraba y su cara no expresaba nada, ni una ligera emoción. Escondí mi dolor. No le di el gusto de que viera como me derrumbaba. Cuando se fue y me quedé sola, grité. Sentía como si un clavo me atravesara el cerebro con un dolor punzante, como si se desinflara una burbuja y me dejara vacía. La realidad paralela en la que vivía se hizo añicos como la ampolla de gas sarín que se llevó la vida de Takhesi. Los días siguientes los pasé en la cama hecha un ovillo. Me quedé sin lágrimas, no podía probar bocado. Pasaba las horas contemplando el cielo a través del cristal empañado, contemplando el temblor de las hojas.

Asahara me llamó. Quería verme y fui al Monte Fuji. Me dijo que entendía mi dolor, pero que tenía que trabajar el Karma de la renunciación y desprenderme de todos los apegos. −En Aum todo se achacaba al Karma.− Casi me ordenó que dejara la vida secular y me hiciera monja. En aquel momento deseé abofetearlo. Por primera vez le vi como realmente era y sentí asco. Le dije que me diera un tiempo, que me dejara completar mi duelo y que después haría los votos.

Decidí que tenía que salir de Tokio. Alejarme de todo para poder pensar, así que una mañana cogí el ferry a Okinawa y tomé una habitación en un pequeño hotel frente al mar.

Pasaba los días con la mirada perdida en el horizonte sin saber si la puesta de sol señalaba el fin del mundo o el comienzo. Estaba como en un estado de ensoñación permanente. Los días eran largos y tibios pero yo sentía el tiempo detenido y un vacio helado en mi interior, como si el aire estuviera escarchado de silencio.

Por las noches, el recuerdo de Takhesi invadía mi memoria. Era algo muy vivido, casi tangible. Podía sentir su presencia en la penumbra y percibir su olor.

−Pero es imposible detener el tiempo, señor Zander. Incluso un reloj parado marca la hora exacta dos veces al día.

Una tarde vi que un hombre me observaba. Recordé que también lo había visto en un restaurante del puerto. No le presté atención pero al poco volví a verlo y algo en él me inquietó. Supe que me estaba vigilando. Tal vez sea cosa de las Ondas Alfa, pero la gente de Aum podemos reconocernos, es como si todos estuviéramos marcados por una especie de estigma y aquel hombre era de Aum.

Entonces, la mañana del 28 de junio, mientras desayunaba en una cafetería escuche en la radio que un grupo terrorista había liberado gas sarín en Matsumoto, en el área de Kaichi Heights, matando a ocho personas. No tuve la menor duda de la autoría de Aum. Eso me aterró y me hizo salir de mi letargo.

Aquella tarde tomé el ferry y volví a Tokio. Vacié la cuenta del Michinoku Bank e hice una maleta con lo imprescindible. No quería arrastrar nada conmigo. Saqué un pasaje para Hong Kong y antes de partir hice una llamada anónima a la policía.

¿Tuvo miedo a posibles represalias?

Mucho miedo. Pensaba que podían estar buscándome para hacerme daño. Intenté pasar desapercibida y no llamar la atención. Pero luego me tranquilicé porque durante un tiempo no volví a saber nada de ellos. Cuando escuché lo de los atentados en el metro de Tokio y la posterior detención de los miembros de Aum, a pesar de lo terrible que fue todo aquello, me sentí aliviada.

 

¿Sería muy duro volver a empezar de cero en una ciudad desconocida?

El principio fue durísimo. Mas que el miedo, era el dolor lo que se me hacía insoportable. Ahora ya hace mucho tiempo de todo aquello y he tenido que aprender a vivir. Sigo practicando yoga y trabajando en mi espiritualidad. A veces voy al templo, allí encuentro la paz y el sosiego que necesito. Eso me ayuda. Aunque le cueste creerlo, no todo era negativo en Aum. −Ya no tengo odio, señor Zander. Ahora que Shoko Asahara ha muerto, por fin siento que he finalizado mi duelo.

−Ya ve, la vida es como un tablero de parchís. Avanzas a golpe de azar, todo depende de los dados. Si la suerte no está de tu parte, te comen y te mandan a la casilla de salida.

 

Cuando terminamos la entrevista Ikari Izumi me acompaña hasta la puerta. Al despedimos percibo en la turbiedad de sus ojos los aguijonazos de un el dolor antiguo. Ha caído la noche. La ciudad bulle arropada en las luces de neón. Es como el run run de un enjambre rebosante de vida. Tomo una bocanada de aire y camino despacio en dirección al hotel. Las últimas palabras de Ikari Izumi aún resuenan en mi cabeza. « Aquel año, las yemas de los cerezos del parque Shinjuku retoñaron en veneno. El paraíso resultó ser una quimera y Asahara, un falso profeta que nos manipuló a todos.»

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